martes, 26 de mayo de 2009

Hoy dormiré con calcetines

Hay días en los que te tengo en mis pensamientos todos los segundos. Días como hoy en los que sé que no te veré y quizás tampoco te escucharé. Hay días como hoy, en que no dejo de imaginarnos: juntos, solos, separados, llorando, riendo, haciendo el amor, lejos. Imaginarte recostado a mi lado, imaginar tus manos metiéndose entre mi ropa. Imaginar tu voz, tu olor y tu mirada en mí. Hay días en los que me faltas más que el aire. Hay días y noches en las que no puedo estar lejos de ti. A veces no me alcanza con palabras cruzadas en la amanecida, ni con los sueños en los que siempre estás, no me alcanza con tu visita fugaz, ni con los te amo. Hay veces en que quiero demasiado, más de lo que tú podrías darme. De lo que cualquiera es capaz de dar.

Hay cosas que me superan desde que te conocí. La felicidad es una de esas cosas. La felicidad como un ropaje, una vestimenta que me pongo en las mañana al levantarme y pintarme el rostro para sonreír con confianza. La felicidad me la pongo los días que te veré, las veces en que puedo desprenderme de mis cadenas. El chaleco de la Felicidad combina bien con el pantalón de la Libertad, libre de mis demonios, de mis tejados quebradizos, de la lluvia de vidrio que suele caer sobre mí. Sí, me levanto y elijo de qué me vestiré, de Felicidad, Nostalgia, Miedo, Seguridad, Final. Hay días en los que me visto de final, me despido cordialmente de todo, me desprendo de mí y mis amores. Final. Ese momento, ese instante, ese segundo en que diré adiós y basta, hasta nunca, good bye, en ese momento me quedo. Es fácil quedarse, ser quedaíta. Soy quedaíta en casi todo, sobre todo cuando tengo que cerrar puertas y abrir ventanas, cuando tengo que decir no y ya no más. De mí y de todo lo que me rodea puedo desprender tantas teorías y filosofías, pensar y destrozar mis pensamientos, creer en ello y ser convincente alguna vez, ser coherente, sólida, consistente. Entiendo que lo único consistente es la esencia visceral. El reflejo vomitivo, expulsar aunque se trate de contener. Eso es.

Hay días como hoy en los que sé que me acostaré con frío y que despertaré con alguna pesadilla. Me sacaría los calcetines para evitar encontrarme con mis fantasmas esta noche, pero prefiero no pasar frío y vivir mis realidades oníricas con confianza. Sé que voy a llorar, sé que lo veré mal, sé que no quiero sino soñar que somos felices, que todo es color magenta, pero ya no importa mucho eso.

Prisionera del tiempo que no pasa y las horas que son eternas. De la luz. Me iré a dormir. Cerrar los ojos y abrirlos, toda la noche en un segundo. Mi vida es un segundo en la noche.



domingo, 24 de mayo de 2009

La narcisista de siempre


Es cuático lo que siento. Lo que me pasa por la cabeza, lo que me agarra la guata de vez en cuando, lo que me hace sentir escalofríos y dolor de cabeza. A veces también son naúseas. El tapón en los oídos, la garganta áspera, seca y mi corazón late lento al punto de querer detenerse y de la nada comienzo a llover y mi corazón no espera mucho para ser un reflujo que quiere salir líquido y asqueroso por mi boca. Violentamente.

Yo miro para todos lados y trato de no pensar, de apagarme, de anularme. Trago saliva y trago saliva, pero nada pasa. Todo está atascado, retenido, apunto de explotar en cualquier momento. Me oculto en mis obligaciones, en los libros, en la compañía de la gente. Pero igual ando sola. Y andar sola es extraño. Difícil como si nunca lo hubiera estado antes, como si ahora no lo estuviera. De repente me da miedo el tiempo. Sí, el tiempo. Ese tiempo que se expande en todas direcciones, que se mete en todos lados. Yo prefiero cerrar las cortinas, taparme la cara, cerrar los ojos. En la oscuridad pierdo las nociones de todo. Con los ojos cerrados, con la cara tapada, metida, bien metida en cama. El tiempo se va. Y yo puedo respirar diferente, tranquila. Yo cacho que lo que me pasa es extraño, y trato de olvidarme, pero también cacho que aunque pretenda estar a oscuras en cada momento, la luz me busca, me rapta. También quisiera estar todo el día en una hora. Y toda la noche en una semana. ¡Qué alivio es contarte lo que siento!

El otoño me hace bien, me entretiene. Puedo estar sentada en una banca mirando las hojas secas en el suelo. Mirar los árboles. Esperar el viento frío. Caminar húmeda por las calles, fumar a pesar del asco que ya me provoca. Esperar que me lluevan los ojos como de costumbre y mirar los focos. La luz difuminada en mi mirada, luz acuática. Lo que más me gusta es sentarme a mirar. Me da miedo sentirme sola. Sé que eso no está bien. Estamos todos solos y yo ya no sé estarlo. No quiero estar sola.

Me gusta mirar el cielo, las nubes negras, me gusta la noche en el invierno. Me gusta fumar y me gusta la lluvia. Me gusta mojarme y chapotear en las pozas. Tengo pretensiones de ser poeta, tengo mañas de lápiz y papel. Tengo afición por el café y también por la cerveza.

Nunca me he sentido cuática. Me lo han dicho, quizás yo soy muy confundible con una cuática. Pero, no lo soy, ni en lo más mínimo. Yo sé de minas cuáticas. Yo no lo soy. Yo soy común, miedosa y cobarde. Ando como pajarita por la vida creyendo en las buenas intenciones. Me las doy de mala, pero creo que nunca he hecho un mal intencional. Soy muy sensible, soy una bolsa de plástico que el viento levanta del suelo con sus soplos violentos.